Texto
El oro que no reluce
Antes de que se inventara la escritura, todo lo que los hombres sabían lo guardaban en su memoria. Como no había libros ni bibliotecas, todo el que quería aprender algo se veía en la necesidad de aprenderlo de memoria. Lo que se sabía se transmitía de forma oral, es decir, contándoselo unos a otros. Cada persona sabía lo que su memoria ecordaba de todo cuanto había visto y oído.
Cuando se inventó la escritura, se empezaron a poner por escrito todas las cosas importantes que ocurrían: las hazañas de los héroes, los grandes descubrimientos, las grandes ideas… Allí quedaba todo, sobre la superficie de un pergamino y, más tarde, sobre el papel.
Pero no todo pudo escribirse; fueron muchas las cosas que se perdieron porque nadie las escribió a tiempo, antes de que murieran las personas que las guardaban en su memoria. Eso ocurrió, por ejemplo, con muchas canciones. Y todavía hoy sucede. Hay cantares muy antiguos que no están escritos en ningún lado que sólo se conservan en la memoria de algunas personas. ¿Quién conservará las canciones en su memoria? Sin duda los más ancianos, las personas que tienen más años. Debemos pedirles que nos canten sólo las que son más antiguas, las que ellos cantaban cuando eran niños.
ARAGÓN, Benjamín (coord). El libro: su aventura. Salamanca, Consejería de Educación y Ciencia – Consejería de Cultura, 1985. p. 40-41 – adaptado
De acuerdo con el texto:
Los cantares antiguos son acordados por los niños.
Los ancianos acuerdan cantares antiguos por estar en su memoria.
Los cantares antiguos están en las escrituras de las personas más antiguas.
Cuando eran niños, los ancianos escribian las canciones que hoy conocemos.
Ninguna de las alternativas anteriores.