El rayo de luna
Yo no sé si esto es una historia que parece un cuento, o un cuento que parece historia, lo que puedo decir es que en su fondo es una verdad. Además, he escrito esta leyenda, de modo que a los que no quieran penetrar en su esencia, al menos pueda entretenerlos durante un rato. Manrique era noble, había nacido entre el estruendo de las armas; mas, los que quisieran encontrarlo, no debían buscarlo en el anchuroso patio de su castillo. Algunas veces preguntaba su madre: - ¿Dónde está Manrique, dónde está vuestro señor? -No sabemos, contestaban los sirvientes, acaso estará en el camposanto del monasterio, sentado al borde de una tumba, prestando oídos a ver si sorprende alguna palabra de la conversación de los muertos; o, en el puente mirando correr una tras otra las olas del río por debajo de sus arcos; acurrucado en la quiebra de una roca y entretenido en contar las estrellas del cielo; en seguir una nube con la vista, o en contemplando los fuegos fatuos, que erizan el cabello cuando estallan como exhalaciones sobe el haz de las lagunas. En cualquier parte estará menos donde esté todo el mundo. En efecto, Manrique amaba la soledad porque en su cobijo, daba rienda suelta a su imaginación, forjaba un mundo fantástico, habitado por extrañas creaciones, hijas de sus delirios y sus ensueños de poeta, tanto como nunca lo habían satisfecho las formas que le ofrecía la simple realidad. Creía que entre las rojas ascuas del hogar, habitaban espíritus de fuego de mil colores, y se pasaba horas enteras, sentado en una mecedora junto a la chimenea gótica, inmóvil y con los ojos fijos en la lumbre. En las nubes, en el aire, en el fondo de los bosques, en las grietas de las peñas, imaginaba vislumbrar formas o escuchar sonidos misteriosos de seres sobrenaturales y palabras ininteligibles. ¡Amar! Había nacido para soñar el amor, no para sentirlo.
Amaba a todas las mujeres. A ésta, porque era rubia; a aquélla, porque tenía los labios rojos; a la otra, porque se cimbreaba al andar como un junco. Algunas veces llegaba su delirio hasta el punto de quedarse una noche entera mirando a la luna o a las estrellas que temblaban a lo lejos, con reflejos cambiantes como los de las piedras preciosas. En aquellas largas noches de insomnio exclamaba: -Si es verdad que es posible que en ese globo de nácar, que rueda sobre las nubes, habiten gentes; ¿qué mujeres tan hermosas serán las de esas regiones luminosas y yo no podré verlas ni amarlas? ¿Cómo será su hermosura? ¿Cómo será su amor?
BÉCQUER, Gustavo Adolfo www.educacion.gob.es/bulgaria
Lea las afirmaciones siguientes:
I. Manrique amaba la soledad, porque así podría dar alas a su imaginación.
II. Manrique amaba a todas las mujeres porque eran rubias y tenían los labios rojos.
III. Manrique se quedó una noche entera mirando a la luna y a las estrellas en solamente uno de sus delirios.
IV. A Manrique no le gustaría conocer a las mujeres de las regiones luminosas.
V. Manrique era un soñador.
Señale la respuesta CORRECTA:
I, II y IV están correctas.
I, III y V están correctas.
I y V están correctas.
Solamente la I está correcta.
Solamente la II está correcta